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octubre de 2020

Dr. Amjad Mohamed-Saleem

Responsable, Unidad de Protección, Inclusión y Participación

Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja


Resumen

Las protestas mundiales contra el racismo han suscitado una reflexión colectiva sobre ciertas  verdades difíciles relativas al racismo y la discriminación.  El sector humanitario no permanece ajeno a estas discusiones, exhortándosele a reflexionar sobre los problemas de larga data del racismo sistémico y la ‘descolonización’ del sistema de asistencia.  El Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja (Movimiento) debe participar en estas difíciles conversaciones sin rehuir  una reflexión a fondo.  No existen límites para aquello que podemos lograr sustentados en nuestros principios fundamentales, ni para aquello que debemos hacer como personas y organizaciones.  Se trata de nuestra responsabilidad moral.


Los acontecimientos

Las repercusiones de la muerte de George Floyd en los Estados Unidos, que desencadenó las protestas contra el racismo a nivel mundial, provocaron también una reflexión colectiva sobre la difícil verdad de una falta de igualdad de condiciones en el mundo en función del color de la piel. 

Más allá de la discusión académica sobre el “correcto” uso de palabras como “raza” o “etnia”,  lo cierto es que estos argumentos provienen de personas y posiciones privilegiadas.  Independientemente de si está científicamente comprobado que solo hay una raza humana, la experiencia de vida de las personas que SUFREN discriminación por motivos de raza, origen étnico, capacidad física, apariencia o identidad de género, es muy real. Las personas son objeto de discriminación según la percepción común y corriente de las personas sobre la raza, la etnia, el color, la identidad de género y las capacidades físicas y mentales.

El sector humanitario no permanece ajeno a ese debate, exhortándosele a la reflexión sobre los problemas de larga data de racismo sistémico manifiesto, encubierto o inconsciente, además de una discusión más amplia sobre la ‘descolonización’ del sistema de asistencia humanitaria. Diversos relatos del sector humanitario dan a conocer experiencias manifiestas de discriminación racial, micro agresiones cotidianas y ambientes laborales poco seguros. Mucho se ha escrito sobre la vinculación del racismo y la descolonización en el sector humanitario con un legado de los sistemas y estructuras de la era colonial de ‘misiones civilizadoras’ que aún perpetúan los organismos humanitarios, muchas veces procedentes de los mismos países que fueran potencias coloniales.

En la lucha contra el racismo en calidad de agentes humanitarios, las obras cuentan tanto como las palabras. Cuando hablamos de cuestiones como la diversidad y la inclusión, debemos preguntarnos si todas las personas pueden verse representadas en nuestro seno y si nuestra cultura institucional corresponde a la experiencia real de vida de las personas. Además, toda expresión institucional debe respaldar nuestras acciones, comenzando por sentar los cimientos de lo que se entiende por acción humanitaria basada en la equidad que promueva la adaptación de la labor humanitaria a las necesidades y los antecedentes de cada persona [para garantizar] que quienes se hayan visto afectados reciban un trato equitativo.  Esto significa también comprender la interseccionalidad de la opresión.  El racismo tiene sus raíces en las jerarquías de poder que muchas veces no existen por sí solas, sino que se interrelacionan con el género, la religión, la situación socioeconómica, la geografía, la orientación sexual, entre muchos marcadores sociales, creando capas de opresión que están inextricablemente entrelazadas.

Un elemento crucial para este diálogo en el sector humanitario es el análisis de la descolonización de los sistemas y los instrumentos cognitivos eurocéntricos y su función para impugnar los efectos perdurables del colonialismo (y el racismo).  Por lo tanto, tenemos que superar la “mirada blanca” en nuestro quehacer al interrogarnos sobre los conocimientos especializados que valoramos, las personas a quienes escuchamos, los detentores de las palancas del poder, los invitados a una mesa de diálogo y los titulares de derecho a voto. 

La descolonización de toda narrativa impone la necesidad de reconocer que ya no podemos utilizar los principios humanitarios “como un escudo” para soslayar reflexiones más difíciles sobre nuestros sesgos y desigualdades institucionales.  Por ejemplo, si bien el principio de imparcialidad permanece como la fuerza motriz de la inclusión y la diversidad genuinas en el sector humanitario, conviene recordar que la exigencia de que los agentes humanitarios no establezcan ninguna distinción por motivo de nacionalidad, raza, religión, condición social o credo político se extiende tanto a quienes somos como a quienes prestamos servicios.     

También debemos reconocer que la neutralidad no impone guardar silencio ante el racismo y la violencia. Significa hablar con franqueza y pasar de una postura pasiva en la abstención de  comportamientos racistas directos (es decir, sin reconocer las diferencias y sin impugnar activamente los sistemas de opresión), a luchar contra el racismo sistémico y otras formas de desigualdad que culminan en opresión y subordinación sistémicas y desmantelarlos.  Tenemos que convertirnos en antirracistas y desafiar el enfoque pasivo de la institucionalización del racismo, que forja sistemas y estructuras en organizaciones que ‘preservan los privilegios de ciertos grupos o individuos mientras restringen los derechos y privilegios de otros’.

Incumbe al Movimiento también plantearse preguntas serias y difíciles sobre las cuestiones relativas al racismo, la discriminación y los desequilibrios de poder conexos, que están y podrían estar presentes en cualquier nivel de nuestras instituciones. Debemos que ir más allá de meras declaraciones.  Si bien nuestros principios fundamentales dictan nuestras acciones, y nuestros valores motivan el sentido humanitario para con las comunidades locales, no podemos soslayar el hecho de que somos producto de nuestros respectivos contextos y entornos y, por ende,  quizás sujetos a la influencia del pensamiento y las actitudes reinantes en ellos.  Debemos ser conscientes de que nuestra historia, nuestros principios y nuestro trabajo no nos hacen inmunes a las percepciones, los equívocos, los desequilibrios de poder, los privilegios, el racismo y la discriminación.

En la XXXIII Conferencia Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, celebrada en 2019, reconocimos que la confianza era el factor más importante para el futuro de la acción humanitaria sustentada en principios, en vista de nuestra interacción sistemática con las comunidades y el empeño en rendirles cuentas.  Además, en la Declaración del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja sobre integridad, aprobada en el Consejo de Delegados en 2019, el Movimiento reafirmó su sentido de compromiso con estas comunidades y expresó su determinación en velar por que sus entornos de trabajo sean seguros para todas las personas y por que se preserve, se salvaguarde y se promueva la dignidad y la integridad de todos los voluntarios y miembros del personal.  El fomento de un entorno humanitario de apoyo, seguro e inclusivo es un compromiso ineludible para favorecer diálogos honestos en torno al racismo y la discriminación. Al propio tiempo, cabe alentar la reflexión sobre preguntas difíciles que nos ayuden a mejorar la confianza interna, el respeto y la aceptación de la diversidad de cada uno, y que propicien la comprensión y el apoyo de mejores prácticas dentro del Movimiento. A su vez, ello contribuirá a que se escuchen y se respeten las voces de todos.

No existen límites de aquello que podemos lograr sustentados en nuestros principios fundamentales, ni de aquello que debemos hacer como personas y organizaciones.  El argumento fundamental de la lucha en pro de la diversidad, la equidad y la inclusión es un argumento de carácter moral.  Tenemos que ACTUAR mejor y tenemos que SER mejores —no porque sea algo bueno, sino porque es lo correcto— y tratar a las personas con dignidad, respeto y humanidad.  Esta es nuestra responsabilidad moral.


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